El Libro de Enoc es uno de los apócrifos más apasionantes que nos ha legado la antigüedad. Su contenido es principalmente simbólico, insinuando misterios cósmicos referentes a la historia de la especie humana. Menciona con insistencia a ciertos ángeles, a los que hoy llamaríamos extraterrestres, y su relación con las hijas de los hombres. Predice igualmente la figura del Mesías y especifica el dominio de los elementos mediante la acción de ángeles que presiden sobre los vientos, el mar, el granizo, la escarcha, el rocío, el relámpago y el trueno. Los primeros cristianos tuvieron gran aprecio por esta obra, como lo atestiguan las epístolas canónicas de Judas (6 y 14-16) y Pedro (2:4), así como la no canónica de Bernabé y los escritos de Justino Mártir (100-165), Atenágoras (170); Tatiano (110-172); Irineo, Obispo de Lyon (115-185); Clemente de Alejandría (150-220); Tertuliano (160-230); Lactantio (260-325) y además los de Metodio de Filipo, Minucius Felix, Comodiano y Prisciliano (m. 385).