Hay cosas que saltan a la vista, y también al oído, en una primera lectura (que en poesía es también audición, bien que en sordina y en silencio). Y, ya desde la aproximación inicial, La voz sobre las aguas sorprende por la inusitada madurez de su expresión, lo mismo en el espectro de sus contenidos que en la ejemplar conciencia rítmica. No incurre en los excesos autorreferenciales de la peor poesía joven ni viene lastrada por la pesadez de la poesía maquinal, con fórmula repetida, de los veteranos. Hay aquí reflexiones, epifanías, cultura viva, diálogo con otros poetas, agudeza, emoción. Todo lo que, en definitiva, viene caracterizando desde siempre a la poesía que nos interesa.