Irresistibles, tronchantes, desopilantes, desenfrenados, salvajemente cómicos: tales son los calificativos que se aplican, merecida y habitualmente, a los libros de Tom Sharpe, y a Reunión tumultuosa, su primera novela. En ésta, situada en África del Sur, la señorita Hazelstone, de la mansión Jacaranda Park, mata a su cocinero zulú en un sensacional crimen pasional y no tardan en aparecer los gallardos agentes de la policía local: un Kommandant cuyo secreto anhelo de ser un gentleman inglés da lugar a un memorable trasplante de corazón; un Lieutenant infatigable en la caza del comunista; un Konstabel partidario de disparar sin contemplaciones y de disponer sexualmente de las negras, también sin más explicaciones. En el curso de los abracadabrantes acontecimientos que se suceden, asistimos a perversiones realmente inauditas, hasta desembocar, como es habitual en Tom Sharpe, en un apoteósico final. «En una mansión de África del Sur una distinguida señorita mata a su cocinero zulú en un sensacional crimen pasional. El hecho desencadena la trepidante acción de esta nueva novela del humorista británico, autor de Wilt, definida por la crítica de su país como una farsa mortíferamente divertida» (El País). «Salpicada de chistes brutales, recortada con precisión, cosida con ritmo trepidante y presidida por una ironía indesmayable, Reunión tumultuosa confirma a Tom Sharpe como un humorista de primera fila» (Llàtzer Moix, La Vanguardia). «En esta historia superdivertida se narra lo sucedido cuando en África del Sur una elegante señorita mata a su cocinero zulú. En escenas casi dadaístas, policías enloquecidos, muchos tiros y obispos ahorcados» (Diario 16). «Uno de los más grandes humoristas anglosajones de la actualidad. Dos centenares de páginas tan desquiciadas como luminosas. Increíble novela, rellena de farsa por los cuatro costados» (Dunia). «En Sharpe, el don de la comicidad se manifiesta con la precisión de movimientos del juego de bielas y pistones de un motor rotativo en funcionamiento vertiginoso. Contra la estupidez y la vanidad, el humor establece los méritos del necesario sentido del ridículo» (Valentí Puig, El País).