La centenaria

La centenaria

  • Autor: Pardo Bazán, Emilia
  • Editor: Linkgua
  • Colección: Narrativa
  • eISBN Pdf: 9788490078990
  • Lugar de publicación:  Barcelona , España
  • Año de publicación: 2017
  • Páginas: 21

—Aquí —me dijo mi primo, señalándome una casucha desmantelada al borde de la carretera— vive una mujer que ha cumplido el pasado otoño cien años de edad. ¿Quieres entrar y verla?
Me presté al capricho obsequioso de mi pariente y huésped, en cuya quinta estaba pasando unos días muy agradables, y, aunque ningún interés especial tenía para mí la vista de una vejezuela, casi de una momia desecada que ni cuenta daría de sí, aparenté por buena crianza que me agradaba infinito tener ocasión de comprobar ocularmente un caso notable de longevidad humana.
Entramos en la casucha, que tenía un balcón de madera enramado de vid, y detrás un huerto, donde se criaban berzas y patatas a la sombra de retorcidos y añosos frutales. Dijérase que allí todo había envejecido al compás de la dueña, y la decrepitud, como un contagio, se extendía desde los nudosos sarmientos de la cepa hasta las sillas apolilladas y bancos denegridos que amueblaban la cocina baja, primera habitación de la casa donde penetramos.
Estaba vacía. Mi primo, familiarizado con el local, llamó a gritos:
—¡Teresa, madama Teresa!
Al oír madama, la aventura empezó a interesarme. ¿Era posible que fuese francesa la centenaria que vegetaba allí, en un rincón de las mariñas marinedinas? ¿Francesa? ¡Extraña cosa!
Una voz lejana respondió desde el huerto:
—Aquí estoy…
El acento era extranjero; no cabía duda. Antes de pasar, interrogué. Me contestó una de esas sonrisas que prometen mucho, una sonrisa que era necesario traducir así: «¿Pensabas que iba a enseñarte algo vulgar?»
Al rayo oblicuo de un Sol de otoño; al lado de un matorral de rosalillos mal cuidados, cuyos capullos parecían revejecidos también; sentada en una butaca carcomida, de resquebrajada gutapercha, vi a una mujer cuyo semblante encuadraba un tocado de esos inconfundibles, de cocas de cinta y tules negros, que solo usan las ancianas de Francia. El tocado debía de tener pocos menos años que su dueña. Hacía el efecto de que, al soplarle, se desharía en polvo, como las ropas que aparecen enteras y vuelan en ceniza en cuanto se abre una sepultura. La manteleta raída, de casimir, rojeaba al Sol. Los pies, calzados con pantuflas, eran cifra de la caducidad de todo aquel cuerpo. ¿Habéis notado que, al través del calzado que más oculte su forma, unos pies jóvenes son siempre unos pies jóvenes, y los adivináis? El pie envejece tanto o más que la cara…

  • Cover
  • Title page
  • Copyright page
  • Sumario
  • Créditos
  • Presentación
    • La vida
  • La centenaria
  • Libros a la carta

SUSCRÍBASE A NUESTRO BOLETÍN

Al suscribirse, acepta nuestra Politica de Privacidad