Daphne du Maurier explicaba en una nota preliminar a La posada Jamaica (1936) que el establecimiento al que alude el título aún seguía en pie y que la novela era el producto de sus fantasías sobre cómo habría sido ciento veinte años antes. La acción arranca precisamente con un recuerdo clave de la imaginación romántica: un carruaje que atraviesa los páramos de Cornualles es zarandeado por la tormenta y en él una joven huérfana, Mary Yellan, se dirige al encuentro del único familiar que le queda, su tía Patience, que junto con su marido regenta una lóbrega y aislada posada de mala fama... a la cual el cochero apenas se atreve a acercarse.
Las tormentas, los paisajes desolados, los mares que rugen, los naufragios provocados, los bandidos y dos mujeres atrapadas en un rincón de Inglaterra sin otra ley que la de la violencia, componen la atmósfera de esta excelente novela, un auténtico clásico moderno que mezcla la fascinación por la oscuridad con una denuncia de la brutalidad doméstica. El terror y la agonía de habitar un mundo dominado por hombres sin escrúpulos −pero a quienes también visitan sus fantasmas− se unen a la recreación de un mundo donde la moral aparece y desaparece como un espectro. Fue llevada al cine por Alfred Hitchcock en 1939.